8 de septiembre de 2009

Cascais, cascaís!!


Capitán: Miguel Montero
Tripulantes: Yago García (la rubia), Alfonso Balderrábano, Manolo Gordillo, Manuel Fernández (Lucky), Fernando Sánchez (el Perrini), Irene Socas (la rubia, también), María, (Héctor, Guillermo y Angel, hasta Sanxenxo
)

No hace mucho tiempo, concretamente el verano del 2003, un grupo de valientes marinos se aventuró por el Océano Atlántico en pos de la búsqueda de vientos favorables, nuevas aventuras y paisajes de ensueño.

Bueno, lo cierto es que el primer día, el 8 de Agosto, a las pocas millas después de zarpar de La Coruña entramos en la más profunda de las tinieblas provocadas por una densísima niebla que desorientaba al más pintado y el radar comenzó a hacer su trabajo sin sospechar el pobre engendro que tendría que emplearse a fondo en los días venideros. Optamos pues, por dirigirnos Sada y de paso hacer acopio de pescado, que dicen es muy bueno para la vista.

El segundo día pusimos ya rumbo hacia los “mares el sur” con escala inesperada en el puerto pesquero de Camariñas, (“Ao pasar por Camariñas cantando, as nenas de Camariñas quedan no rio lavando…” Y yo doy fe que eso no tiene nada de cierto). De los estragos que produjo esta parada nocturna en los más jóvenes hablaremos en otro momento, o mejor será no hablar. Dejando atrás Camariñas y el espeluznante Cabo Vilán, cruzamos en el día siguiente los míticos cabos de la Costa de la Muerte, Touriñán y Finisterrae, donde la atronadora bocina de este último avisaba de una niebla que afortunadamente dejaríamos en las Rías Altas. Braceamos nuestras velas con decisión, y con viento de proa apuntamos hacia Portosín, donde llegamos con cierto retraso por las ceñidas a rabiar que teníamos que marcarnos, pero llegamos.

En la mañana del día 11 arrumbamos hacia el lugar más de moda de la costa gallega, Sanxenxo, en donde no tuvimos más remedio que conocer su vida nocturna, no sin que nuestro patrón fuera antes vilmente atacado por una faneca brava directamente en un flanco de su pie izquierdo mientras se tomaba un baño en la playa de Silgar. Pero, para estar herido, ¡milagro, aún bailaba! no sabemos si de alegría o porque el picotazo debía de escocer lo suyo. Saturados por tanto glamour y despiporre, zarpamos hacia los relajantes alrededores de las Cíes, en donde un glorioso baño, con la Goleta al pairo pues tal era la calma reinante, acabó con la modorra que arrastrábamos desde nuestra salida de Sanxenxo. Luego, por la tarde, se levantó viento que intentamos aprovechar, mas otra vez era del Sur, por lo que el avance fue escaso, aunque bregado.

El viento cayó y ya con motor, enfilamos Viana do Castelo, donde nos habían asegurado que podíamos recalar, pero al llegar por la noche, cuál fue nuestra sorpresa que nos reservaban un lugar con espacio para atracar un chinchorro como mucho; los 18 metros de eslora y las 40 Tm de acero del Lángara eran demasiadas para unos pantalanes estrechos e inseguros, por lo que el patrón decidió dar media vuelta y pasar noche en la mar, partiendo hacia refugios más favorables.

Llegado este momento, no quisiera olvidarme de narrar como un tripulante amigo de Lucky, que a instancias de éste, embarcó en Sanxenxo la tarde del viernes con todo su equipo de pesca y con la promesa de dejarlo en Viana en cuanto atracáramos allí para que al día siguiente pudiera cumplir con sus obligaciones laborales, vió con los ojos desorbitados y la mandíbula desencajada hasta la altura del ombligo, como las luces del puerto se alejaban cada vez más, después de haber estado a punto de desembarcarse con todos sus aparejos en el pantalán del náutico de Viana. Se le vió esa noche cavilando miles de disculpas que resultaran creíbles cuando al fin se presentara en tierra, y yo aseguro que se le oía de vez en cuando exclamar por lo bajini frases cortas como “cabrones…, Lucky, te mataré…...”, y más lindezas por el estilo que me niego aquí a reproducir.

La luna, llena y oronda como un queso gigante, rielaba sobre la mar y sobre los lomos azulados de unos delfines que nos acompañaron durante un buen rato. Por desgracia, de nuevo la niebla vino a visitarnos, pero ésta no sólo era espesa, sino que mojaba más que estar dentro del agua. Dispusimos las guardias nocturnas, imprescindibles para identificar los ecos que nos daba el radar y aguzar el oído, pues los de pesqueros portugueses sin luces nos cruzaban a toda velocidad provocando algún que otro zafarrancho.

Sin mayores contratiempos dejamos atrás Oporto, con un intenso tráfico de grandes mercantes, y nos dirigimos a Figueira da Foz, en donde arribamos a media mañana del día 14 para darnos una reparadora ducha que, esta vez de verdad, nos habíamos merecido. Ni que decir tiene que el tripulante convertido hasta ahora en polizonte forzoso, en el momento del atraque y sin decir ni pío y jugándose el tipo, se lanzó como un poseso desde el barco, que todavía mantenía una distancia considerable al pantalán, porque no fuera a ser que otra arroutada del patrón lo llevara hacia a una nueva e incierta singladura. Ni miró atrás para despedirse, y bien es cierto que a estas alturas no se le debe reprochar. Tras breve estancia en Figueira, partimos para Nazaré con brisa ligera, tiempo excelente y sol quemante(nuestra piel daba buena fe de ello) en donde recalamos un día y dimos cuenta de su rica gastronomía local y de deliciosos destilados de coco. Aviso a los navegantes: los gigantescos mosquitos que habitan en el puerto de Nazaré no se andan con rodeos a la hora de agasajar al visitante con dolorosas sesiones de picotazos cuyos efectos tardan varios días en desaparecer.

Nos encaminamos ya hacia la última parte de nuestro viaje, Cascais, adonde teníamos previsto llegar para el fin de semana, cumpliendo al fin el pronóstico arribando a su costa al mediodía del día 15. El sábado celebramos a plan el cumpleaños del tripulante D. Manuel Gordillo, muy querido por todos, que cumplía más del doble de los años que aparenta por su jovialidad y buena disposición. Navegamos por el estuario del Tajo, magnífico e imponente, donde gozamos de buen viento de tierra y desplegamos todo el velamen así como el pabellón español, enorme, para darnos a conocer. Igualmente conocimos Cascais, y visitamos por tren Lisboa, en donde merodeamos por Alfama y todo el casco antiguo. Soberbio!!!

Llegaba ya la hora de las despedidas, y los madrileños marcharon por vía férrea a la capital, mientras los restantes nos dirigíamos a la Goleta a recibir al relevo recién llegado de Coruña, que llegaban frescos y deseosos de navegar. Tras cena de confraternización, nos amontonamos sin problemas en el barco, comprobando nuevamente con asombro la gran capacidad de bienvenida del Juan de Lángara.

Tristes y pesarosos, a la mañana siguiente tocaba volver a las obligaciones diarias, al trabajo lejos de la mar salada y de los delfines. Nos abrazamos los unos a los otros, y mirando hacia atrás partimos lejos de nuestra querida Goleta, que a buen seguro nos esperará ansiosa para compartir nuevas aventuras.

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